Conversación en la catedral, Mario Vargas Llosa

Es un conflicto personal el que tengo con las novelas extensas. Las encuentro heterogéneas, contradictorias, excesivas. El placer no resulta estético, sino semejante al de aquel que ha realizado una gran hazaña: no importa el hecho, sino que después del esfuerzo ha concluido. Sin embargo no quisiera afirmar que toda novela de más de quinientas páginas será un ejercicio que estimule el tedio. Aunque según mi experiencia, no pocas obras estuvieron a punto de convertirse en clásicos definitivos de mi biblioteca personal de no ser porque les sobraban páginas, porque me resultaron ambiciosas. Tal es el caso, a mi parecer, de Noticias del imperio de Fernando del Paso y Conversación en la catedral de Vargas Llosa. Insisto en la cuestión de los gustos.

En la tercera novela de Vargas Llosa conviven páginas de gran calidad con otras secciones que podrían definirse como aburridas, cansadas. Vargas Llosa es un tipo con suerte, un escritor exitoso más que un gran escritor, pero esa suerte le puede jugar en su contra. Por ejemplo, serán tediosas mas obligatorias las comparaciones con sus amigos del boom. Es conocida la necesidad angustiosa de retratar situaciones políticas en la bibliografía de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Así pues, aunque parezca forzado, sí es justa la hermandad dialéctica entre Conversación en la catedral con, quizá, El libro de Manuel de Cortázar, El otoño del patriarca, de Gabo o La región más transparente, de Fuentes. Y coincidiría con la confirmación del resultado de dicho ejercicio: no son obras satisfactorias sino necesarias, en el sentido de que buscan reflejar y desestabilizar un contexto histórico y político (el de las dictaduras latinoamericanas o la resaca de la Revolución Mexicana).

En el caso de Conversación en la catedral la anécdota política cumple varias funciones en su novela: primero, un papel protagonista, puesto que la vida de los personajes gira en torno a sus ideas políticas y el choque de las mismas; segundo, un papel de “definición”, ya que los personajes se perfilan de acuerdo a sus idea y acciones políticas; tercero, un papel secundario, casi elidido, al final de la obra, en el que la política deja de ser importante, apostando por la intimidad de los personajes.

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Regreso a las comparaciones con los otros del boom. Antes del quiebre de la posmodernidad, influidos por Faulkner y Joyce, estos escritores pretendían experimentar (exprimir) el lenguaje. Algunas veces acertaron, como en Rayuela. Siento que Vargas Llosa se encuentra en esta dialéctica experimental, acercándose a La región más transparente en cuanto a temática y búsqueda lingüística,[1] aunque sin la misma ambición, sin el mismo dominio de la escritura. Y es que en Vargas Llosa esta experimentación y desestabilización de las estructuras de la novela busca ocultar una más bien pobre manera de relatar una historia interesante:

La cara de Ambrosio había desaparecido y habían cerrado una puerta. Había visto al doctor poniéndose un mandil y conversando con otro hombre vestido de blanco y con un gorrito y un antifaz. Las dos enfermeras la habían sacado de la camilla y acostado en una mesa. Ella les había

En ese párrafo que no puse completo hay en total doce había y es demasiado frustrante. No me interesa escuchar comentarios del tipo “es intención del autor hacer sentir al lector la monotonía”. Sin embargo detrás de esta pobreza en la escritura hay que reconocerle al autor que existe una historia que contar y que cumple su función: hacer memoria desde lo cotidiano, hacer de la historia una ficción mucho más placentera y denunciar los crímenes de la dictadura contra la vida humana. Desde esta perspectiva la fragmentación temporal y estructural de la obra funciona correctamente porque sin necesidad de relatar de forma lineal el narrador nos dibuja la evolución de los personajes a través de diversos focos narrativos: la independencia y conflictos familiares ideológicos de Zavalita; la conmovedora y trágica historia de Amalia; la bestialidad y pobreza de Ambrosio; el ascenso y la caída de Cayo Bermúdez (Cayo Mierda); la relación de la belleza entre Hortensia y Queta; los secretos de Fermín, entre otras cosas. Las tramas revueltas y entrelazadas entre sí son una virtud en esta obra y en sus mejores momentos —por ejemplo el capítulo uno de la parte tres— la tensión y las revelaciones son ejecutadas con maestría: es en estos momentos donde el lector puede afirmar que está ante una obra relevante. El problema, insisto, es que para llegar a la parte tres hay que pasar por la tediosa parte dos, como si se tratase de una recompensa.

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Otro de los grandes conflictos que tengo con esta novela es, curiosamente, el perfil de los personajes. Salvo Zavalita y quizá Ambrosio,[2] los demás son vacíos, fastidiosos, compuestos de una misma savia que los convierte casi en caricaturas. Han sido saturados de páginas y páginas en las que estos personajes piensan, justo, pero no emocionan. En el blog del neorrabioso leí en alguna troya literaria que Vargas Llosa, a lo largo de su carrera, jamás ha sido capaz de crear algún personaje memorable. Puedo confirmar esto. Han pasado dos semanas y no recuerdo a nadie más que a Zavalita, y eso porque se parece a Vargas Llosa (protagonista de todas sus novelas). En la oscuridad de la memoria sólo veo nombres y acciones, no personas.

Algunos personajes mueren (no es ninguna sorpresa) pero cuando esto ocurre no se logra sentir absolutamente nada porque no hay un interés por saber qué les pasa o por qué les pasó eso: poco importa para la novela, para el narrador, para los personajes y para el lector… El narrador apostó por revelar a la muerte antes de que ocurriesen a través de la rememoración y los diálogos, pero esto se descontrola puesto que crea la expectativa de una muerte, si bien no de proporciones épicas, sí una merecida: son muertes que suceden y unas páginas más adelante está ocurriendo otra cosa, como si para el universo de la novela no importaran las conclusiones de sus protagonistas. Detrás de esta escritura en apariencia experimental está la frialdad y el cinismo absoluto: hay cariño pero no respeto hacia sus criaturas. La indiferencia puede convertirse en un atributo, como Meursault en El extranjero, aunque no creo que esa haya sido la intención del narrador de Conversación en la catedral.

Los conflictos familiares entre Santiago y don Fermín se sienten reales y el lector puede identificarse con ellos porque son cosas que le pueden ocurrir o le suceden en casa. Mas cuando la muerte asoma en la novela todo parece inverosímil. Incluso las actitudes de los propios protagonistas; sus reacciones son opacas. Me explico: no puede haber indiferencia y valemadrismo en los personajes cuando antes existió, si bien no amor, sí cariño, acercamientos personales. Lo que se conoce como RELACIONES HUMANAS. La deshumanización en la novela me frustra porque el autor se ha esforzado bastante en hacernos creer que sus personajes son «complejamente humanos».

En general, Conversación en la catedral es una obra importante, quizá inestable en su construcción de personajes, pobre en su lenguaje oculto en lo experimental (quizá porque esperaba más de Vargas Llosa) y larga… muy larga. Ambiciosa sin dudas, ¡pero qué obra literaria o artística no ambiciona algo! Escribimos para la trascendencia. Y aun así aquí en esta obra está el reflejo de lo que sería años más tarde la caricatura de Mario Vargas Llosa: política y erotismo de plástico con unas ligeras dosis de mercadotecnia al puro estilo del contrato que tiene con Alfaguara.

9788420467085

Mario Vargas Llosa, Conversación en la catedral. Alfaguara, México, 2010, 734 pp.

[1] De hecho, la trama de Cayo Bermúdez en Conversación en la catedral es sospechosamente parecida a la de Federico Robles en la novela de Fuentes.

[2] Quizá porque a través de la conversación ellos construyen y rememoran hechos y personas, lugares y tiempos.

8 comentarios en “Conversación en la catedral, Mario Vargas Llosa

  1. Esperaba esta reseña tuya, porque he leído varias y no me animaba mucho a leerlo. Concuerdo en que hay libros que se exceden en el número de páginas y en ocasiones resultan tediosos; sólo he leído un par de libros de más de 500 páginas que bien las valieron. Excelente reseña y aporte, un gran saludo y en efecto habrá que revisar la escritura de Llosa. 😊

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    1. Curiosamente, después de Cortázar, creo que a Vargas Llosa es al escritor que más he leído y puedo decirte que hasta ahora el libro que más he disfrutado es uno reciente: Travesuras de la niña mala. Por desgracia me lo robaron…

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  2. Qué pésima reseña. Ojalá que con el tiempo (y más lecturas), el reseñista encuentre mejores argumentos que “la novela era demasiado larga”

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